21/2/18

No hay nada después.


Con cara de susto condescendiente, los neofilisteos suelen despachar los temas que la teología tradicional denominaba novísimos con desparpajo caduco y positivista, utilizando toda suerte de circunloquios y eufemismos, cuanto más tautológicos mejor. Nada por aquí, nada por allí. Et voilá. Arriba, abajo, adelante y adentro. Perdido el sentido de la peregrinación por este valle de lágrimas, el actual nihilismo autocontradictorio sólo puede afirmar lo que niega. Por tanto, debe negar su afirmación. La exaltación de la inmanencia reduce cada vez más los términos sagrados de la existencia hasta reducir la vida a cenizas. Un feto es un amasijo de células. Un anciano decrépito o un joven en coma, un vegetal. Ni antes ni después -ni incluso durante- puede asegurarse el ser de nada. A lo más, impersonal, hay algo, precario, fugitivo, inestable, entre medias, que debe ser objeto de la más minuciosa regulación legal. Es preciso desgañitarse en el ensordecedor guirigay del bazar social para que el pronombre de primera persona pueda negociar su condición intercambiable antes de ser descartado. Tan evanescente es su identidad que a la bicha no se la puede ni mencionar. Epicúreos aterrorizados, cabe elegir irracionalmente los falsos temores y liberarse de la esperanza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario