Impasibles
y abotargados, los filisteos mascan los relatos mientras hacen con ellos tensos
globos con el que desean convencernos -y, de paso, convencerse- de que sus
emociones son efectivas y afectivas. La redundancia es aparente. En tanto que efectúan una fantasía la despojan de
toda realidad que no sea meramente una sensación confusa y pegajosa. Como
arácnidos tejen una red de palabras disparatadas y apretadas en que enredan y esclavizan
a sus clientes, a sus votantes, a sus fieles. No importa tanto sostener un
discurso equilibrado cuanto lograr que ocupe el máximo posible de espacio
-institucional, social, cultural, cada vez más virtual-. Que sea razonable es irrelevante,
y hasta contraproducente. Basta que sea irrebatible en sus propios términos. De
este modo, toda objeción puede ser considerada ofensiva. En consecuencia, toda disidencia debe ser tratada como delincuencia
y, como tal, tipificada legalmente. Se precisa a toda costa compactar y
simplificar las bolsas de resistencia que pudieran quedar. Resulta fundamental
despojar al sujeto de cualquier condición que no sea atributiva. Propongamos un
ejemplo de esta innoble y sofística lógica del relato: el buen maestro corrompe
a los jóvenes; luego debe ser indiscutible que quien corrompa a los jóvenes será
un buen maestro.
28/1/18
20/1/18
Una segunda oportunidad.
De
niños, torpes, reclamábamos repetir la partida o la jugada pifiada. Insistíamos
con mil y una excusas que, al exonerarnos de nuestros errores, exigían como
rescate la repetición. La
condescendencia ante la imperfección calmaba el terror de la finitud. En
cambio, el axioma implacable de nuestra madurez niega que nada sea, técnicamente, irreparable o, más exactamente,
irreemplazable. A ninguna elección se le reconoce la posibilidad de la equivocación.
Como ningún acto posee moralidad, toda moralidad consiste en reconocer el
acierto de cualquier decisión. Cuanto más inciertas y arbitrarias sean sus
normas de ejecución, menos responsables resultarán sus consecuencias. Sólo lo
desplazado, lo indeterminado, lo dislocado anestesia, momentáneamente, la
angustia desdibujada de nuestra identidad. Inversamente proporcional, para
mantener a raya los peligros de tal jungla social, debe multiplicarse
exponencialmente toda suerte de casuísticas que recojan y legislen hasta el más
mínimo detalle. Toda situación no catalogada es el reino de la libertad
absoluta. Es preciso articular los procedimientos que garanticen su réplica, es decir, su reversibilidad
completa, como si en la realidad nada nunca pasase. La define esa siniestra y
mecánica expresión de poner el contador a
cero, sea con la familia, las deudas o la misma vida.
12/1/18
¡Acoso!
En
una de sus más exquisitas paradojas autocontradictorias, de aquellas que aún
apestan con el tufo caro de la hipocresía filistea más refinada e innoble, el
monstruoso Leviatán posthumano que empieza a asomar sus pezuñas sobre nuestras
conciencias cataloga de acoso cualquier injustica que pueda ser reducida, sin
concesiones en su aplicación, al absurdo y a la arbitrariedad. Lo importante es
que nadie pueda sentirse ya a salvo. Extrema hasta sus límites más represivos
el principio de todo nominalismo. Cada caso no es sólo universal sino
universalizable. Basta apropiarse de los residuos semánticos y cognitivos de
las palabras en ruinas. El Estado legisla qué debe entenderse por “minoría” y ejecuta
qué “mayoría” se ha de respetar. Cualquiera que oponga resistencia a la
imparable sordidez que no ceja de alentar cualquier comportamiento que pueda a
su vez condenar es apaleado, encapirotado y arrastrado entre festivas palmas sadomasoquistas
por las plazas virtuales. La tiranía de la democracia no consiste en el dominio
de la estadística, sino en la construcción de procesos autovictimarios. Puesto
que la regla es la desviación, toda desviación de la regla debe ser castigada excepcionalmente para confirmarla. Homo et
mulier mulieri et homini lupus lupaque sunt.
4/1/18
Dejarse de historias.
Especialmente
ambigua resulta la relación de nuestra época filistea con la materia de la
imaginación humana. Devorada por sus emociones, no son la verdad o la mentira
su preocupación esencial. Aunque los neomoralistas se afanan por retener el
torbellino desatado que ha emergido de la caja ilustrada que su soberana
Pandora había dejado mal cerrada, ni la libertad, ni la igualdad ni, mucho
menos, la fraternidad atraen ya su más mínima atención. Le basta con repetir
sus divinas palabras como un mantra nauseabundo e insignificante. Le hechiza,
más bien, el movimiento desdibujado de las formas que crepitan, antes de
condensarse por un instante narcótico, ante su ciega mirada. ¿Fake news? No hay tal, pues sólo ellas
dan noticia de lo que, realmente,
sucede. Puesto que el tiempo se ha acelerado fatalmente, cualquier historia
está amortizada a priori. La ficción
misma, tan glotona, ha sido puesta a estricta dieta por un régimen bulímico que
documenta su peso a cada paso, por medio de toda clase de aplicaciones y de
dispositivos actualizados y reiniciados. Aun así, ha sido descartada. Nuestra
época filistea ha corrido a refugiarse, articulados como legos, en los morfinómanos
brazos de los relatos. Acta est fabula.
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