17/11/17

La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.


¿Qué mejor manera de acabar esta volátil serie clásica que con una cita apócrifa del apócrifo Machado? La tontería filistea, que no es sutil ni ingeniosa sino artera y espesa, se ha nutrido, descarada y mimosa, de la arenosa sofística de su maestro Mairena. Con desenvuelta sinvergonzonería, afirma y niega simultáneamente, con el galante gesto de un escepticismo prostibulario. En sus manos, el principio de no no contradicción fundamenta el trilero juego de sus palabras que tantos dividendos le reporta. Nada por aquí, todo por allá. Aristocrático demócrata, el filisteo hispánico, enésima versión del majo castizo o del jaque porteño, se cuida de desdoblar su tramposa identidad. Como el porquero Agamenón en realidad, exclama con una media sonrisa a cualquier verdad: “Conforme. No me convence”. Es entre los hechos malolientes donde descubre cómodo y amotinado sus más estilizadas verdades. Con su aire sacristanesco, aspira al ideal más delicioso que pueda soñar cualquier aprendiz libertino de la práctica canónica del derecho y de la justicia: “La regla ideal sólo contendría excepciones”. En pos del vértice embrutecido de su moralina, seguirá encadenando interesados razonamientos hasta que, ahíto de berzas y disfrazado de Agamenón, le llegue su San Martín.

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