9/11/17

Amigo de Platón, pero más amigo de la verdad.


Lugar común de la hipócrita (in)dignidad de los viejos filisteos, esta frase aristotélica ha sido fregada con lejía, a toda velocidad, desde la irrupción papanatista de la posverdad. Nada más antipático que anteponer la realidad a la falsedad de las emociones. A fin de cuentas, ¿de verdad cree alguien todavía en la amistad? Amigo de uno es quien asiente a su última ocurrencia o a quien se jalea cualquier gilipollez que confirme los propios prejuicios. Baste leer los grafitis que pintarrajean en el muro lamentable de las redes sociales quienes, ufanos, exigen de sus “amistades” que demuestren su adhesión personal mediante la inmediata reproducción de sus cándidas intenciones o que, directamente, los borren como tales seres virtuales si no están de acuerdo con sus tiznadas posturas. Los profetas de la (pos)verdad suelen adoptar la pose de virgen violada en una película de porno sadomasoquista sórdida y vieja. Gimotean entre sonrisas ininterrumpibles o sonríen entre lloriqueos onanistas. A la verdad su nauseabunda cursilería la da por amortajada. De sus amigos platónicos reclaman los aplausos enlatados de una ética toda a un euro. Mala, fea y cara. ¿Qué les queda? Entretener, tiránicos, su despiadado aburrimiento.

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