24/10/17

La historia, maestra de la vida.


De las memorables citas que los filisteos enumeran con su cultura trivial, aprendida en la lectura apresurada de sus mandarinescos periódicos, la de apelar a la historia está cayendo en desuso a ritmo acelerado. Escrita obligatoriamente con minúscula, con tal de que sirva de justificación a la práctica de cualquier majadería política y social que se pueda haber tramado, su mención todavía usufructúa cierta grandeza impostada que compense el raquítico enanismo intelectual de nuestra época. Es preciso adaptar su contenido a los tiempos. A fin de cuentas, términos como historia y magisterio están ya amortizados por elitistas y retrógrados. Democrático e innovador es usar perífrasis confusas y maquinales donde el sentimentalismo zafio adquiera la agresiva respetabilidad de una nueva ciencia que lleva por nombre el de Metodología. A la historia la ha sustituido la “memoria” histórica con sus cursis y didácticas leyendas sobre hechos verdaderos y despiadados. Además de no estar autorizado, nadie debería tampoco atreverse a profesar disciplina alguna que no se limite a aplicar, automáticos, los puntillosos y perezosos protocolos diseñados para que los “agentes docentes” desplieguen su (in)competencia. Parece mentira tener que recordarlo: sin Tradición la vida -el Espíritu- se ha extinguido. Adánicos, nos chutamos experiencias.

1 comentario:

  1. La única memoria histórica que merece tal nombre es la que rescatan los historiadores rigurosos, concienzudos, trabajadores, que hacen leguas buscando documentación. La otra (si tuviera memoria prodigiosa citaría aquí un párrafo de Tony Judd que lo dice de modo clarísimo), la que usan los partidos políticos, es memoria-ideología histórica siempre, parcial siempre, interesada siempre, es decir, stricto sensu, memoria no-histórica.

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