14/9/17

Derecho a una muerte digna.


Desde la Revolución Francesa ha constituido un destacado asunto público buscar el modo más humanitario de ejecutar toda suerte de presos. Habiendo dejado atrás el oscurantista e inquisitorial Medievo, lleno de tenazas, garrotes y potros, se han diseñado métodos modernos para descabezar, achicharrar, gasear o inyectar venenos a criminales, comunes o no, en entornos asépticos y silenciosos, lejos de cualquier fanatismo religioso y en favor de una concepción cada vez más depurada y garantista de la Justicia o de la misma Revolución. Salvar el alma de un hereje mediante el fuego resulta un crimen abominable. Arrancar las uñas o electrocutar los genitales de un terrorista es motivo de sesudos debates en seminarios internacionales de expertos en ética aplicada. A efectos de conmutar tan horrendos paralelismos, nuestro humanitario filisteísmo está instigando la inclusión democratizadora de un nuevo crimen en los códigos penales occidentales: la enfermedad, la nueva -y demasiado cara- herejía del siglo XXI. Puesto que creer en la vida eterna es un residuo de infantilismo, ¿quién en su sano juicio podría resistirse a ser despachado de manera indolora cuando sobre productivamente? Por su bien, usted -o quienquiera- firmará complaciente su (in)digna sentencia de muerte.

1 comentario:

  1. Se le acumula el trabajo estos días por todos los frentes. Muy divertida la invocación al "Estado de Derecho" (convenientemente hipostasiado por las mayúsculas).

    ResponderEliminar