5/8/17

La revolución de la sonrisa.


Es obligación de cualquier revolucionari@ actual mostrar, desinhibida y descarnada, su mejor sonrisa de hiena. Con ella en la boca debe repartir públicamente entre sus secuaces falsos y estrechos abrazos, darles profundos y traidores besos, hacerles carantoñas infantiles y obscenas y, en fin, magrearl@s soezmente. Reivindicará así con el ejemplo el carácter revolucionario de la nueva sonrisa. Hay que abandonar, por fascista, la puritana idea de que en política la sonrisa es una máscara cínica para esconder cualquier atropello a la dignidad y a la honradez. La nueva sonrisa es un arma cargada de presente. La sonrisa no justifica la injusticia: revela su justicia. Por sí misma es una canallada que merece perpetrarse contra el adversario, sea enemigo o amig@. Como el personaje de Borges, tal revolucionari@, cuya voluntad es praxis, desea que rija la violencia, no las serviles timideces cristianas. Su sonrisa, pues, debe intimidar. Revolucionari@ sonriente, no tiene por qué reconocer ningún error. Como abanderad@ del (des)orden de la no no contradicción, sabe que todo error es históricamente una verdad revolucionaria que le conviene y que le reconforta, especialmente por el sufrimiento que puede llegar a infligir en la chusma que vibra o no, todavía, con él.

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