20/7/17

Todavía hay partido.


Quien quiere sosegar y animar a la desorientada hinchada que ve cómo su equipo va perdiendo, suele formular, con un rictus de ansiosa impaciencia y con desparpajo proactivo, su convencimiento maravilloso de que, tras los obstáculos y las derrotas, amanecerá una noche más larga. De tan evidente, la metáfora deportiva, aplicada a cualquier situación competitiva, esconde una inquietante intelección del tiempo en nuestra sociedad filistea. Borrando cualquier rastro de finitud, se pospone a un límite inacabado el consumo de una eyaculación frustrada que, mientras se retiene, poluciona toda su atmósfera. Oponerse a tal muestra de voluntarismo errático es sinónimo de derrotismo y alta traición. Basta confiar ciegamente, de manera que si el resultado final es adverso se impone depurar las responsabilidades de haber defraudado las ilusiones convenientemente inducidas de la turba. De tan abstractas, de sus consecuencias sólo se salvan quienes hayan dejado su piel en el campo, se hayan vaciado o lo hayan dado todo. Si por casualidad el resultado es favorable, quedará demostrado que todo es posible a quien cree con fe ciega y que, por tanto, cabe depurar a quienes han cometido el error de estar en desacuerdo. Al fondo emerge, infecto, cómo manejar los tiempos.

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