28/7/17

Saber manejar los tiempos.


Entre los acelerones que dan a las ciencias un aire adelantado de zarzuela bárbara, la concepción filistea del tiempo ha logrado manufacturarlo como una papilla amorfa, kantianoide e indeterminada, que se moldea en series televisivas. En ellas se proyectan, con efímeros destellos, el sinsentido de instantes siempre por rehacer. Como no hay nada que esperar, se especula con irreales inversiones de un futuro social a (des)crédito. Como no hay nada que recordar, se sancionan las leyes políticas de la desmemoria pasada. Como sólo bastan el poder y el dominio, no el honor ni la gloria, el presente se va (des)tejiendo a golpe de látigo en este circo posthistórico de tres pistas. El más difícil todavía es un salto retardado, a cámara lenta, agonizante su desenlace, siempre pospuesto a la anestésica decisión tomada en la siniestra sala de montaje de los gabinetes de comunicación. Cualquier atisbo de conciencia moral es declarado públicamente inexistente. Como si fuera el transgénico de nuestra finitud, al negar que el tiempo huya ya irreparable, triunfa, ahíta y prostibularia, una retórica de los sentimientos, pegajosa, que infecta la inteligencia de cuanto toquetea. Entre sonrisas cómplices se mercadea, por fin, con el Apocalipsis.

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