Cada
vez que se produce un desastre natural o humano, previsible o imprevisto, da lo
mismo, pues el impacto mediático hurga en él voraz, nuestra sociedad filistea,
consciente de su angustiosa incompetencia crónica y de su neurótico afán
controlador, anuncia la puesta en marcha de nuevos protocolos, como si fueran
la pócima mágica -homeopática- que garantizase, como dicen sus adalides más
cursis, el equilibrio entre libertad y seguridad. Los nuevos protocolos, organizados según el esquema de aplicativos, no recogen ya las normas
que rigen una convivencia civilizada, consideradas hoy un freno hipócrita a la
expresión de una autenticidad perfectamente estandarizada, sino
que pretenden articular un conjunto más o menos sistemático de procedimientos y
reglas, a ser posible ligeramente arbitrarios, con los que poner en manos de
autoridades intermedias instrumentos de disuasión. Su eficacia es perfectamente
descriptible. Aumentan exponencialmente los casos de los comportamientos que se
quieren erradicar. Vgr. campañas de prevención de embarazos no deseados;
campañas de sensibilización frente a la violencia doméstica, etc. Los
protocolos, en fin, son a la ciencia social lo que la casuística a la moral. Cuando
funcionan, suelen suplir la decisión moral concreta por una justificación que
descargue de cualquier tipo de responsabilidad.
Esos protocolos encubren un rollo, como en su origen.
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ResponderEliminarAquí cabría añadir un par de lugares comunes pavorosos en su exactitud: la banalidad del mal y la obediencia debida (al protocolo).
EliminarBuen par.
EliminarY cuando haya acabado con ellos de aquí puede sacar para una vida:
http://theobjective.com/elsubjetivo/juan-claudio-de-ramon/contra-la-crueldad/
Con citar a Rorty todo queda meridianamente cegador...
EliminarRectius: el colgajo no era The Objective sino El Español. Tanto da.
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