27/12/17

Felices fiestas.


En el tránsito a la consumación de la apostasía occidental, uno de los primeros apeaderos en construirse hacia la cancelación de la imagen del Edén, que, renovado, nos recuerda cada nacimiento, fue sustituir la alegría de la Encarnación por el jolgorio de la Gnosis. A fin de no ofender a los que habían perdido la fe, permitiéndoles que, sin ninguna renuncia, se apropiasen de nuestra felicidad, se empezó a utilizar indistintamente el misterio de la Navidad y la parodia sacrílega de su celebración. A continuación, se arremetió contra el consumismo navideño creado a propósito como manifestación encubierta de la hipocresía de nuestra sencilla esperanza. La Caída debería ser irrevocable para que puedan regresar, triunfales y vacíos de cualquier contenido que no sean sus nombres, los antiguos dioses que restauran el placer de la orgía sacrificial. Empieza a asomar así el gusto astrológico por adorar el equinoccio. Nuestra vergonzante sociedad filistea admite disfrazarse de dragón o de rata en un desfile multicolor o tolera con indiferente disimulo el fin del Ramadán. En cambio, rechina los dientes ante la liberación pascual de la muerte. No cabe duda de que disfruta cargando de nuevo las cadenas del Faraón sobre el pueblo de Dios.

19/12/17

La fiesta de la democracia.


Ante una expresión de tan hedionda e hipócrita cursilería, un mínimo sentimiento de vergüenza ajena, aliado con una aseada decencia intelectual, debería casi obligar a puntapiés a los náufragos de la política a recluirse en invernales cuarteles anarcorreccionarios. Resulta difícil de soportar impávidos la sonrisa estúpida y estafadora de quienes la profieren babeantes, antes de verlos arrancarse con unos pasitos chamánicos en torno a la ¡URNA! en la que pretenden incinerar todo ejercicio de responsabilidad cívica. Idólatras de la nada, querrían convencer a los electores de que la pesada carga del negocio público, que, en estricta semántica socrática, no basta con que les preocupe, sino que compromete, antitética, su virtud, es la divertida dinámica de una yincana infantil. ¿Es casual que se las elecciones se celebren en colegios? Cabría proponer atar globos a las mesas electorales y que sus presidentes y vocales e interventores se disfrazasen de payasos mientras, con entusiasmo congelado, depositamos con algarabía -¡hip, hip, hurra!- el voto de nuestra vida y de la del de más allá. Como en la ruleta, rusa o no, siempre gana la banca. ¿Qué se celebra? Que estamos jodidos, pero contentos. Al final de la dichosa jornada, recontado, todo ha salido ganado.

11/12/17

Derecho al olvido.


Sólo una sociedad que ha convertido la transparencia en el criterio tolerable y absoluto de una objetividad negada a priori puede aceptar, aunque sea a regañadientes, la profana catarsis regulada del olvido digital. Como su atenuante, el ejercicio transparente, que es capaz de reconocer y desactivar el tabú de la verdad, no cede en alcanzar su cénit mediante la revisión denominada ciega y externa. Es simultáneamente rito y procedimiento administrativo, a fin de que la representación de sus actos pueda (des)legitimar mutuamente sus contenidos. Sólo puede impartirse la máxima (in)justicia posible ante identidades borradas, en un implacable juego de asimétricas correlaciones de fuerza (ir)racional. Es preciso que las redes sociales borren el rastro batido de este nuevo medievo a los que las armaduras de alias y sobrenombres apenas protegen de la devastación anónima de su criminal estupidez lingüística. El olvido debería entonces procurar la descansada condena del ostracismo, cuando sea ya demasiado tarde. La segunda oportunidad sería la derrota que le librase a uno del obsesivo deber de relatar su (in)existencia. Con alivio, con humillación, con terror, no comprendemos que somos los despojos perpetuos, inconexos, del presente algorítmico en que se descompone la apariencia (des)jerarquizada de nuestros sueños.

3/12/17

Ha venido para quedarse.


Como la primavera de Antonio Machado, la críptica e insulsa frase de marras ha venido y nadie sabe cómo ha sido. Antes, la naturaleza estallaba, sorpresiva, en la melancolía otoñal de la voz de un poeta. Ahora, la fórmula que, si viene para quedarse, debe fosilizar cualquier atisbo de vida se repite con un deje resignado, invernal. Bruñe espléndida con su dureza metálica, neutra, el sombrío poder de la jerga con el que cualquier departamento de organización empresarial la ha facturado. Dado que en nuestra sociedad están proscritas, por agoreras, palabras como dificultad o problema, en su lugar se emplean eufemismos como retos y desafíos, borrados a su vez, en un afán máximo de pureza insustancial, por las vagarosas oportunidades. Es preciso pulverizar cualquier resto de decencia caballeresca y medieval. Queda la mala conciencia que nunca se ha ido. Con estoicismo calculado, casi con una mueca desesperada, no queda otra que recibir al huésped indeseado y temido, sin cesar convocado e invitado. Han venido para quedarse aplicativos, infografías, ránkings, fluxogramas…, acompañados del espectral cortejo técnico que los usufructúa. Han okupado el espejismo reciclado del progreso económico. Con ellos prendemos, hipnóticos, fuego a la riqueza, antes de vender su irrastreable humo. 

25/11/17

¡Heteropatriarcal!


Dicha con el ceño fruncido y el tono maloliente, esta imprecación sentencia, como blasfema, toda afirmación sobre la divinidad del ser humano, atribuyéndole en cualquiera de sus manifestaciones la intención de (auto)odio. El objetivo último de sus defensor@s es la destrucción de tal orden, mediante, por ejemplo, la inducción legal del deber de copular caninamente. Está no sólo permitido sino jaleado jadear en la esquina de cualquier callejón no importa según qué combinación. La píldora, el condón o el aborto -o los tres simultáneamente por economía de escala- ahorran consecuencias indeseadas o discapacitadas. Liberada de ellas, igual que una perra puede parir hasta ocho cachorros, la versión humana podrá repartir en breve sus óvulos entre diversas opciones, subcontratando o externalizando sus servicios con el exquisito amparo jurídico de un Estado de De-re-cho. Sería de una intolerable insolidaridad oponerse a tal acto de emancipación de una naturaleza que se ha decretado inexistente. En su clímax casuístico, será un hito la transexual que, tras implantársele un ovario heterosexual fecundado por el semen de su pareja homosexual, dé a luz antes de que un@ y otr@ reviertan su identidad. El padre será la madre y viceversa. Lo llamarán ciencia y felicidad.

17/11/17

La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.


¿Qué mejor manera de acabar esta volátil serie clásica que con una cita apócrifa del apócrifo Machado? La tontería filistea, que no es sutil ni ingeniosa sino artera y espesa, se ha nutrido, descarada y mimosa, de la arenosa sofística de su maestro Mairena. Con desenvuelta sinvergonzonería, afirma y niega simultáneamente, con el galante gesto de un escepticismo prostibulario. En sus manos, el principio de no no contradicción fundamenta el trilero juego de sus palabras que tantos dividendos le reporta. Nada por aquí, todo por allá. Aristocrático demócrata, el filisteo hispánico, enésima versión del majo castizo o del jaque porteño, se cuida de desdoblar su tramposa identidad. Como el porquero Agamenón en realidad, exclama con una media sonrisa a cualquier verdad: “Conforme. No me convence”. Es entre los hechos malolientes donde descubre cómodo y amotinado sus más estilizadas verdades. Con su aire sacristanesco, aspira al ideal más delicioso que pueda soñar cualquier aprendiz libertino de la práctica canónica del derecho y de la justicia: “La regla ideal sólo contendría excepciones”. En pos del vértice embrutecido de su moralina, seguirá encadenando interesados razonamientos hasta que, ahíto de berzas y disfrazado de Agamenón, le llegue su San Martín.

9/11/17

Amigo de Platón, pero más amigo de la verdad.


Lugar común de la hipócrita (in)dignidad de los viejos filisteos, esta frase aristotélica ha sido fregada con lejía, a toda velocidad, desde la irrupción papanatista de la posverdad. Nada más antipático que anteponer la realidad a la falsedad de las emociones. A fin de cuentas, ¿de verdad cree alguien todavía en la amistad? Amigo de uno es quien asiente a su última ocurrencia o a quien se jalea cualquier gilipollez que confirme los propios prejuicios. Baste leer los grafitis que pintarrajean en el muro lamentable de las redes sociales quienes, ufanos, exigen de sus “amistades” que demuestren su adhesión personal mediante la inmediata reproducción de sus cándidas intenciones o que, directamente, los borren como tales seres virtuales si no están de acuerdo con sus tiznadas posturas. Los profetas de la (pos)verdad suelen adoptar la pose de virgen violada en una película de porno sadomasoquista sórdida y vieja. Gimotean entre sonrisas ininterrumpibles o sonríen entre lloriqueos onanistas. A la verdad su nauseabunda cursilería la da por amortajada. De sus amigos platónicos reclaman los aplausos enlatados de una ética toda a un euro. Mala, fea y cara. ¿Qué les queda? Entretener, tiránicos, su despiadado aburrimiento.

1/11/17

Carpe diem! o hay que aprovechar el momento.


Este inquietante tópico que desde Horacio y Ausonio hasta Ronsard y Yeats toca las cuerdas más delicadas y canallas de una sensibilidad simbolista y escéptica, epicúrea y melancólica, se convierte en manos de la anoréxica mentalidad actual en el branding de los influencers más superficiales. El cultismo exquisito y pedante de la poesía se transforma en el glorioso y putrefacto anglicismo de la mercadotecnia. Con la mirada puesta entre la alegoría medieval y el desengaño barroco, los clásicos animaban a recoger las rosas de la juventud y a aspirar el aroma de sus días, sin retrasarse. La vejez, sabia e impotente, cruel, habría adquirido este conocimiento al precio de su pérdida. Atenta a la rentabilidad económica, nuestra época moderniqui traduciría así el lema horaciano: atibórrate instantáneamente de pastillas y de bótox. Mientras aprovechas la inercia -el momentum- de la juventud, podrás a duras penas desdibujar las huellas morales del paso del tiempo. En el bulímico esfuerzo por permanecer joven, por no sufrir el descarte de la edad, no se pretende borrar los años, sino lesionar en el propio rostro la imagen real de su vejez. Espectral e irónica, ensayará con una grotesca mueca jovial su particular Danza de la Muerte.

24/10/17

La historia, maestra de la vida.


De las memorables citas que los filisteos enumeran con su cultura trivial, aprendida en la lectura apresurada de sus mandarinescos periódicos, la de apelar a la historia está cayendo en desuso a ritmo acelerado. Escrita obligatoriamente con minúscula, con tal de que sirva de justificación a la práctica de cualquier majadería política y social que se pueda haber tramado, su mención todavía usufructúa cierta grandeza impostada que compense el raquítico enanismo intelectual de nuestra época. Es preciso adaptar su contenido a los tiempos. A fin de cuentas, términos como historia y magisterio están ya amortizados por elitistas y retrógrados. Democrático e innovador es usar perífrasis confusas y maquinales donde el sentimentalismo zafio adquiera la agresiva respetabilidad de una nueva ciencia que lleva por nombre el de Metodología. A la historia la ha sustituido la “memoria” histórica con sus cursis y didácticas leyendas sobre hechos verdaderos y despiadados. Además de no estar autorizado, nadie debería tampoco atreverse a profesar disciplina alguna que no se limite a aplicar, automáticos, los puntillosos y perezosos protocolos diseñados para que los “agentes docentes” desplieguen su (in)competencia. Parece mentira tener que recordarlo: sin Tradición la vida -el Espíritu- se ha extinguido. Adánicos, nos chutamos experiencias.

16/10/17

La mujer de César no sólo debe parecer honesta, sino que además debe serlo.


Sugeriría a las hordas antipatriarcales organizar un escrache digital al filisteo que, con timidez, haciendo uso de una prudente suspensión retórica, todavía se atreve a enarbolar las primeras palabras de la cita que Plutarco atribuyó al cínico Julio César. Por machista, por homófoba y por… neoliberal. Si supieran latín, se echarían las manos a las orejas antes de pegar alaridos que desgarrasen sus andrajos y sus chancletas. Mulier Caesaris no fit suspecta, etiam suscipione vacare debet. Como si no supiéramos tod@s que sospechoso es quien mira, no quien hace con su cuerpo lo que quiere. ¿Qué pasa? ¿Que el marido de su marido no es también sospechoso, o lo es más? Y, por si fuera poco, además de imponer una identidad que uno tiene derecho a construirse libremente, la frase de marras carga con la obligación de estar libre de sospecha. Adviértase el tufo judeocristiano, más sospechoso aún, de su uso metonímico, que ha desplazado la fidelidad conyugal a la honradez pública. Si a nuestro Publi@ Clodi@ Pulcr@ nadie podría reprocharle meter mano a Pompey@, siempre que sea consentido, ¡quién le recriminará a cualquier cesarill@ meter mano en una comisión acordada! Investiguemos y arrojemos luz sobre tan turbio asunto.

8/10/17

Vox populi, vox dei.


Inicio una corta serie, dispersa y arbitraria, sobre locuciones latinas que, tras ser sobadas y prostituidas a fondo, empiezan a quedar herrumbrosas. No hay que olvidar que, en sus ratos de ocio, al filisteo le agrada practicar con la cultura el proxenetismo. Con tanto trote el mundo clásico ha quedado, como el juego del bridge, un tanto demodé. Sus pretensiones suelen ser tan absurdas como para sostener que la observación empírica de la realidad obliga a atenerse a su verdad. No obstante, al filisteo le gusta emboscarse en los lugares comunes para deformar y corromper cualquier rastro de bien que les hubiese quedado adherido. La belleza, si no es kitsch, le pone histérico. Hábilmente niega la negación para colar como verdad la imposición de su voluntad. Primero rebaja a minúscula, despersonaliza, la divinidad. Después la reduce a atributo por medio de una analogía facciosa. Si la voz del pueblo es la de un dios al que se entierra en una urna, el pueblo es un dios, impotente y descreído, que susurra oracularmente enigmas en forma de votos. ¿Quién es su Sibila, su Profeta? El Empresario audiovisual que atiborra la laberíntica boca de nuestro Minotauro.

30/9/17

Quien resiste, gana.


Es ésta la exquisita y celebrada táctica hispánica del choque de carneros. Si das un paso atrás, estás perdido. Si das un paso al frente, dejas el culo al descubierto. Si te apartas, no tiene gracia. Se trata de no ser arrollado o de descuernarse ante la mirada sedienta de la manada que admira y reconoce sólo a quien triunfa. Uno de los tópicos infumables sobre el carácter español insiste en que somos individualistas y anarquizantes. Falso. Con resentimiento, con angustia, la tópica envidia nacional añora el magma indiferenciado, caótico, de la campal tribu íbera. Somos un país de curas y guardias civiles que detesta mirarse en el espejo. Nuestro sentido democrático se basa en el ¡por cojones! de las mayorías o no y en el ¡que nooooo! de las minorías o sí. ¡Y a callar! Entre risotadas, por descontado. De lo que se trata es de ganar, porque, desolador, su único premio es la supervivencia. Entre el “¡qué se ha creído éste!” y ser tirado por un barranco hay una línea estrechísima que las infectas estrategias pedagógicas del diálogo enmascaran y retrasan, pero que apenas logran conjurar. Aquí no solemos hacer prisioneros.

22/9/17

El dinero no da la felicidad.


Como si hubiese que espantar el mal fario, vocalícese entre dientes, apresuradamente, que el dinero no da la felicidad, antes de entonar, con maquinal entusiasmo, que lo primero es la salud, la familia y, tal vez, los amigos. Por este orden, tan devaluado metafísicamente, como inconteniblemente inflacionario. Piénsese en el modelo transgénico de ninfas sintéticas diseñadas pret-à-porter, en edición venal e ilimitada, y de sus pocholos olímpicos esculpidos a estilete, en gimnasios o clínicas de belleza. Polígama, autoconceptiva, la(s) familia(s) se multiplican y se disuelven con cruces insospechados, en éxtasis momentáneos y crónicas tristezas, acuciadas por deudas, custodias y denuncias, provisionales y vigiladas judicialmente en régimen compartido de bienes separados. De los trescientos amigos y followers de las redes sociales, entre anuncios personalizados, mendigamos un emoticón, un retuit o una ubicación que permita confirmar, fantasmal, la única identidad, digital, que nos queda. ¿Cómo no seguir invirtiendo tanta felicidad en la renta variable de nuestra alienada cotidianeidad? De acuerdo con la lógica consumista de la no no contradicción, que hace equivaler su hacer con ser, la conversión de esta proposición cuestiona de hecho su verdad, pues la felicidad que cuenta, familiar, amistosa o sanitaria, debe producir dinero, dinero, dinero…

14/9/17

Derecho a una muerte digna.


Desde la Revolución Francesa ha constituido un destacado asunto público buscar el modo más humanitario de ejecutar toda suerte de presos. Habiendo dejado atrás el oscurantista e inquisitorial Medievo, lleno de tenazas, garrotes y potros, se han diseñado métodos modernos para descabezar, achicharrar, gasear o inyectar venenos a criminales, comunes o no, en entornos asépticos y silenciosos, lejos de cualquier fanatismo religioso y en favor de una concepción cada vez más depurada y garantista de la Justicia o de la misma Revolución. Salvar el alma de un hereje mediante el fuego resulta un crimen abominable. Arrancar las uñas o electrocutar los genitales de un terrorista es motivo de sesudos debates en seminarios internacionales de expertos en ética aplicada. A efectos de conmutar tan horrendos paralelismos, nuestro humanitario filisteísmo está instigando la inclusión democratizadora de un nuevo crimen en los códigos penales occidentales: la enfermedad, la nueva -y demasiado cara- herejía del siglo XXI. Puesto que creer en la vida eterna es un residuo de infantilismo, ¿quién en su sano juicio podría resistirse a ser despachado de manera indolora cuando sobre productivamente? Por su bien, usted -o quienquiera- firmará complaciente su (in)digna sentencia de muerte.

13/9/17

Derecho a decidir.


La invocación a este espeluznante derecho es una contradicción en sus propios términos. No es el derecho el que precede a la decisión, sino que decidir introduce, con el derecho, la ley de la Caída. Adán y Eva padecieron el peso del pecado al transgredir la prohibición paradisiaca. Renunciaron a su derecho en favor de la decisión. La historia es el epítome repetido de ese acontecimiento único. ¿Quién niega la necesidad de decidir, que, por encima de toda consideración, es un acto moral? Sólo la infantilidad roussoniana reclama la protección de poder reinaugurar el mundo sin asumir las consecuencias (in)morales de la decisión caída. Derecho a decidir significa resolver, a resguardo, sobre la vida, la propiedad y la libertad de los otros. Con bisturí, con tanques o con votos, tanto da. En la arena imperial, la ley del gladiad@r garantiza decidir por sí mismo, imperial, si su semejante merece llegar a vivir o no, si puede poseer en paz o serle arrebatado el fruto de su trabajo, si puede restañar o vengarse de las heridas de su Tradición. El derecho a decidir es el orgasmo monstruoso, anticonceptivo, del positivismo más encarnizado.

12/9/17

Derecho a la felicidad.


Inicio una serie dedicada a la diabólica trinidad legal que forma la férrea dogmática, tanto más insustancial cuanto más inflexible, de nuestra descreída época. Los derechos naturales iban acompañados de los deberes de cada uno para con su prójimo. El derecho a la vida arraigaba en el deber de no matar. El derecho a la propiedad, en el deber de no robar. La obvia regla de oro de no hacer al otro lo que no quiere uno para sí exigía descubrir en aquel el contorno del propio rostro. El derecho positivo ha invertido los términos. Su ejercicio requiere regular los deberes de los otros para con uno. Dado que toda teleología ha desaparecido, la felicidad no es un estado que se alcanza tras esfuerzos, renuncias y purificaciones que abarcan una vida, sino que es la condición de posibilidad previa para que merezca la pena vivir. Debe ser garantizada y repartida distributivamente, por razones (pre)políticas de paz social. Una exigencia tan demencial de felicidad obliga a regular las excepciones de las excepciones de la norma que, cancerosamente, descubre angustiada la insatisfecha necesidad de su polimórfico deseo. Yo no soy otro. El otro es mi amo.

11/9/17

Las reglas del juego.


En uno de esos deliciosos arrumacos de complicidad autocontradictoria que tanto les complace intercambiar, los filisteos han citado cansinamente la réplica de Humpty Dumpty de que las palabras significan lo que ellos quieren que signifiquen. A través del espejo, en el país de sus maravillas, su condescendiente repulsa del afán de la verdad, que a su juicio siempre ha escondido la totalitaria inseguridad de la violencia, les devolvía hasta hace poco la imagen relativa de su insaciable vanidad. Ahora, sorprendidos y falsamente escandalizados, descubren que, por haber aceptado pulpo como animal de compañía, no es menos descabellado, y hasta mucho más razonable, promover la adopción de ratas y chacales como mascotas. Basta pasearse por las redes sociales para darse cuenta de que la vida resulta un juego cuyo movimiento no es el de la rueda de la Fortuna medieval, sino el del tambor de un revólver videodigital. Sus reglas son tan azarosas como implacables. Cambian a golpe democrático de likes y retuits. No pretenden regular nada, sino proporcionar el intenso placer de hacerlas funcionar como se incita a que funcionen a cada instante. La santidad, por principio, es un crimen. El crimen, según su valor, es santo. Game is over.

10/9/17

Obediencia debida.


Fosilizada en el imaginario biempensante como un anatema, esta tétrica expresión pretende desactivar las consecuencias de la frívola y trágica desobediencia a cualquier forma de legalidad. Como tras su invocación se han solido atrincherar los canallas cotidianos, sordos, ciegos y mudos a lo que no satisficiera sus intereses a cualquier precio, que cuanto más alto consideran que mejor debiera garantizar su impago, toda deuda de obediencia con los principios sobre los que se asienta la tradición acumulada de los siglos es burlada en nombre de la desobediencia debida, como un doble perfecto que cubre a todo riesgo las fechorías contra el arte humano, precario e imperfecto, de ordenar el caos que la técnica demoscópica regulariza en su igualitaria descomposición. Como no existe más legalidad que la positiva y ésta, por definición, carece de cualquier anclaje real que no haya sido meramente construido, puede invocarse cualquier palabra (nación, cultura, lengua) como el eructo esponjoso que nada significa y que todo resuelve. Descontada por retrógrada la autoridad, que remite a un acto original de creación, el ejercicio del poder debe basarse en la usurpación de todo uso y de toda costumbre que conserven, inermes y debidamente descapitalizados, cualquier resto de legitimidad.

9/9/17

Por imperativo legal.


Esta fórmula describe, magistral y sintética, el triunfo institucional de nuestro heroísmo tabernario. Debe expelerse con sonrisa condescendiente y desafiante, mientras la parroquia arropa y jalea al atrevido milhombres que se jacta de (in)cumplir una obligación formal a cuyos beneficios no quiere renunciar. Recuerda al jaque que, en medio de un alboroto o de una riña, al ser conminado a abandonar el antro por cuatro grandullones, rezonga gesticulante que a él no le echa nadie, sino que se va porque le da la gana. Aquí sucede al revés: el protagonista se pasa, de momento y según le convenga, por el forro las condiciones de convivencia, porque quien avisa no es no-traidor. La función pública representa así el sueño dorado de nuestra piratería: la patente de corso que a nada compromete a uno y que obliga a todos los demás. Por el fango se revuelca, impúdica, la conciencia como si fuera una virgen lasciva y recosida que ya nadie se cree. De acuerdo con la lógica de la no no contradicción, jurar o prometer por imperativo legal la obligación que, guste o no, libremente se ha contraído, proclama la victoria cínica y desalmada del perjurio como norma de conducta.

8/9/17

Acato, pero no comparto.


Como niños malcriados -y tiránicos- que se revuelven descarados contra un prudente castigo por una noche de farra que ha acabado en comisaría por embriaguez, ingestión, quién sabe si tráfico, de sustancias tóxicas y exceso de velocidad, nuestros políticos han adoptado, cínicos y viciados, esta muletilla cada vez que se condena con piedad alguna de sus piadosas irregularidades. En ella queda reflejado deslumbrante el matonismo de su idiosincrasia filistea. Entre el abucheo alborotador y gamberro de la banda adversaria, que, en el fondo, lo jalea, quien pronuncia esta frase da a entender, con tono perdonavidas, que podría desobedecer, ya que “hecha la ley, hecha la trampa”. Lo que hoy es, tal vez mañana no deba serlo, o al revés. Con carácter retroactivo, por descontado. Puesto que no hay más ley que la positiva, pues la naturaleza no tiene ningún derecho en nuestra sociedad, es lógico que hasta la aplicación mecánica de cualquier norma pueda ser discutida. Que funcione correctamente no significa, en sentido estricto, nada. Esta es la base del diálogo agotador de nuestra paródica democracia: no acepto más legitimidad que la que me dé, de momento, la gana. De la (i)legalidad ya nos pondremos de acuerdo en beneficio mutuo.

7/9/17

En sede parlamentaria, en sede judicial....


Mientras que parece que la liturgia católica se afanase por disfrazarse de la falsa naturalidad de un oficio profesional, la función civil gesticula pomposamente por si cuela su falta de escrúpulos con el uso de una jerga diabólica de palabras inconsistentes. Así, en lugar de acudir a un juzgado o a un parlamento, que un sentido monárquico del gobierno sitúa en palacios, la estrafalaria combinación mesócrata de nuestro republicanismo se refiere a ellos con la tortuosa construcción sintáctica y semántica que nos ocupa. Con la mala conciencia de haberse olvidado de ella -de la conciencia-, los filisteos quisieran apropiarse de las solemnes hipóstasis de una trinidad gnóstica, bajo la forma de división de poderes, con un chapucero complemento circunstancial del que haya que suprimir todo determinante. Abstractas, gloriosas, inmarcesibles, la timba o la lonja o el burdel en que han sido encarnados a mala fe los conceptos de representación y soberanía se esfuerzan por rebañar los escasos efectos digitales de una transfiguración ya muy distorsionada. La potestad de una autoridad espiritual, alzada sobre una sedada imagen sedente, apenas puede ocultar el “lugar donde tiene su domicilio una entidad económica, deportiva, literaria, etc.”. Etcétera.

6/9/17

Fortalecer los valores de la democracia.


Con boquita de piñón pronúnciense, en estado casi extático y con el ceño firme, las palabras mágicas de transacción, pacto y consenso. A los filisteos se les han empezado a atragantar. Con susto, con mala conciencia, suelen ahora añadir, como coletilla, “y los principios”, a ver si pueden atemperar la rabieta vociferante de sus conmilitones. ¿Qué ha llegado a significar un acuerdo sino la tregua -el tiempo muerto- de la traición que funda la voluntad (inane) de poder? Como observara Platón, la democracia, tras un breve interregno anárquico, debe desembocar en la tiranía. El populismo refleja, exasperada e iconoclasta, la trampa dialéctica, secularizada, de la Ilustración. No hay más futuro que la supresión presente de toda estabilidad pasada. Nada brilla con más fulgor simbólico que la oscuridad saqueada de Troya o la sangrienta profanación romana de la República. No hay término medio. En la Revolución la democracia muestra su ambiguo y real rostro. El término latino foedus, como adjetivo o como sustantivo, encierra el inquietante sino de que la ciudad -el feudo- se edifica siempre para protegerse de la acción criminal. Entre Caín y Abel la quijada del asno forja los términos de la soberanía.

29/8/17

Libertad de expresión.


Hundámonos más en las cenagosas fronteras entre la lógica y la retórica del nuevo orden que, transgénico, está naciendo entre ciberespasmos. En su nombre los principios sagrados e inviolables de la Tradición deben ser profanados y erradicados en al altar del derecho a la libertad de expresión. Siente que sólo podrá erigir su voz sobre el silencio troyano, humeante, de una cultura cadavérica, embrutecida, milenaria. Su sola memoria es una amenaza intolerable, retrógrada, arraigada en la tierra y en la sangre. Como entre la serpiente y la mujer, la hostilidad perpetua entre ambos debe dar paso a su supresión. Destruirla es estar modelando la nueva (ir)realidad, como un demiurgo enfurecido. El destino del género humano es arrastrarse sobre su culo y comerse los polvos de las orgías programadas por las potestades sanitarias y sancionadas por las dominaciones parlamentarias. Blasfemas hasta la afonía, se preguntan qué es el hombre para que ningún dios tenga derecho a acordarse de él. ¿Qué es el feto humano sino un amasijo de células manipulable, reciclable, horneable? Defectuosa en su fabricación o desgastada por su uso, la máscara humana debe postrarse y adorar la muerte. En sus labios resonará, expresivo, esclavizado, su testamento vital.

21/8/17

Todas las opiniones son respetables.


Resultaría divertido e irresponsable poder ejercer literalmente este lugar común que los filisteos pronuncian paladeando su vergonzante superioridad moral. Como la determinación de la verdad o de la falsedad de cualquier opinión, por no decir de cualquier ocurrencia, es de por sí irrelevante, se protegen de sus consecuencias sancionando legalmente su uso represivo. A estos efectos, la posverdad aplica con cínica exactitud pragmática el principio clásico de la inversión lógica. Puesto que todas las opiniones son respetables, ninguna opinión es no respetable; como ningún no respetable es opinión, todo no respetable es no-opinión. Es decir, es una provocación, un delito, un crimen. La vaharada moralista se aproxima entonces como una nube tóxica. Dado que la opinión es un derecho inalienable que garantiza la consecución de la felicidad personal, el crimen debe estar motivado por el odio contra ella. ¿Qué sino delinquir puede expresar quien, según la opinión democrática ha decidido, odia? Y aquí triunfa esplendoroso el principio de no no contradicción: “toda opinión religiosa debería permanecer confinada en el ámbito privado bajo la atenta supervisión de las potestades de este mundo”; “las opiniones de género deben invadir el ámbito público bajo la atenta supervisión de las dominaciones de este mundo”.

13/8/17

La revolución de la ternura.


Este eslogan, insoportablemente cursi, guarda tras su impostada afectación el rancio autoritarismo de quienes no aceptan la negativa a que su decrépito y despiadado vigor sea saciado. Consideran que cualquiera que se resista a dejarse acorralar en una esquina donde su integridad pueda ser lameteada refleja una estrecha hipocresía que no sólo hurta el goce kitsch de una belleza parasitada, sino que, egoísta e insolidario, testimonia la presuntuosa arrogancia de una conciencia, aunque herida, digna. De esta manera han degradado nuestros oxímoros: de la soledad sonora y la música callada a la tierna revolución o, más violenta y pegajosa, a la ternura revolucionaria. Sin subir tan alto que a la caza den alcance, les basta con reptar entre trampantojos. A tales espasmos llaman mística. A su pesar, siguen sin salirles las cuentas de su prostibularia alegría. Como dan por descontado que la salvación de un alma es la consecuencia de la buena marcha de su divino negocio, quisieran discernir por qué sus gatunas y callejeras miradas acarameladas suscitan ya sólo enlatadas risas de connivencia entre quienes, orgiásticos y matarifes, los están domando antes que nos introduzcan a todos en la cadena de (des)montaje de la civilización global.

5/8/17

La revolución de la sonrisa.


Es obligación de cualquier revolucionari@ actual mostrar, desinhibida y descarnada, su mejor sonrisa de hiena. Con ella en la boca debe repartir públicamente entre sus secuaces falsos y estrechos abrazos, darles profundos y traidores besos, hacerles carantoñas infantiles y obscenas y, en fin, magrearl@s soezmente. Reivindicará así con el ejemplo el carácter revolucionario de la nueva sonrisa. Hay que abandonar, por fascista, la puritana idea de que en política la sonrisa es una máscara cínica para esconder cualquier atropello a la dignidad y a la honradez. La nueva sonrisa es un arma cargada de presente. La sonrisa no justifica la injusticia: revela su justicia. Por sí misma es una canallada que merece perpetrarse contra el adversario, sea enemigo o amig@. Como el personaje de Borges, tal revolucionari@, cuya voluntad es praxis, desea que rija la violencia, no las serviles timideces cristianas. Su sonrisa, pues, debe intimidar. Revolucionari@ sonriente, no tiene por qué reconocer ningún error. Como abanderad@ del (des)orden de la no no contradicción, sabe que todo error es históricamente una verdad revolucionaria que le conviene y que le reconforta, especialmente por el sufrimiento que puede llegar a infligir en la chusma que vibra o no, todavía, con él.

28/7/17

Saber manejar los tiempos.


Entre los acelerones que dan a las ciencias un aire adelantado de zarzuela bárbara, la concepción filistea del tiempo ha logrado manufacturarlo como una papilla amorfa, kantianoide e indeterminada, que se moldea en series televisivas. En ellas se proyectan, con efímeros destellos, el sinsentido de instantes siempre por rehacer. Como no hay nada que esperar, se especula con irreales inversiones de un futuro social a (des)crédito. Como no hay nada que recordar, se sancionan las leyes políticas de la desmemoria pasada. Como sólo bastan el poder y el dominio, no el honor ni la gloria, el presente se va (des)tejiendo a golpe de látigo en este circo posthistórico de tres pistas. El más difícil todavía es un salto retardado, a cámara lenta, agonizante su desenlace, siempre pospuesto a la anestésica decisión tomada en la siniestra sala de montaje de los gabinetes de comunicación. Cualquier atisbo de conciencia moral es declarado públicamente inexistente. Como si fuera el transgénico de nuestra finitud, al negar que el tiempo huya ya irreparable, triunfa, ahíta y prostibularia, una retórica de los sentimientos, pegajosa, que infecta la inteligencia de cuanto toquetea. Entre sonrisas cómplices se mercadea, por fin, con el Apocalipsis.

20/7/17

Todavía hay partido.


Quien quiere sosegar y animar a la desorientada hinchada que ve cómo su equipo va perdiendo, suele formular, con un rictus de ansiosa impaciencia y con desparpajo proactivo, su convencimiento maravilloso de que, tras los obstáculos y las derrotas, amanecerá una noche más larga. De tan evidente, la metáfora deportiva, aplicada a cualquier situación competitiva, esconde una inquietante intelección del tiempo en nuestra sociedad filistea. Borrando cualquier rastro de finitud, se pospone a un límite inacabado el consumo de una eyaculación frustrada que, mientras se retiene, poluciona toda su atmósfera. Oponerse a tal muestra de voluntarismo errático es sinónimo de derrotismo y alta traición. Basta confiar ciegamente, de manera que si el resultado final es adverso se impone depurar las responsabilidades de haber defraudado las ilusiones convenientemente inducidas de la turba. De tan abstractas, de sus consecuencias sólo se salvan quienes hayan dejado su piel en el campo, se hayan vaciado o lo hayan dado todo. Si por casualidad el resultado es favorable, quedará demostrado que todo es posible a quien cree con fe ciega y que, por tanto, cabe depurar a quienes han cometido el error de estar en desacuerdo. Al fondo emerge, infecto, cómo manejar los tiempos.

12/7/17

La transparencia.


¿Quién le habría dicho a Juan Ramón Jiménez que su esencia consciente, que quería ser una y la de todos, quedaría reducida, dios suyo, al password de una epifanía total, alibábica? Cuando no quieres ser hijo, ni padre ni hermano, acabas pagando las birras de algún gigoló cuya profesión se pronuncia con un anglicismo. La transparencia es la profesión de fe de los súbditos de las tinieblas. La transparencia es a la cultura lo que la pornografía al erotismo. Al Dios de Abrahán, Isaac y Jacob no se le podía ver cara a cara, sino en enigma, dentro de una nube que no se sabía, al límite de una noche oscura. Su siervo era iluminado en la conciencia de su desolación. El procedimiento que borra el misterio, que pone al descubierto la vergüenza de su necedad y su desnudez, la transparencia, ese dios, la transparencia, educa en la adquisición de las competencias transversales del cinismo y de la lascivia. Registra con exactitud el ruido tan triste que hacen los cuerpos cuando se aman a sí mismos. Les concede el derecho a emitir sin interferencias el ritmo opaco de su individualidad coronada como afirmación de la nada.

4/7/17

¡Fobi@!


Si hoy alguien, íntegro e imprudente, desea buscarse la ruina moral, social y económica, tiene a mano un camino rápido, aunque arduo: exponer públicamente los conceptos elementales de la φύσις aristotélica. Tras cincuenta años de perplejidades, los filisteos occidentales han podido abrazar ya la nueva religión en la que no creer y que les permite, mientras ofrendan incienso a sus demoni@s, aumentar sus negocios, manteniendo su conciencia a buen recaudo. Como toda innovación, esta religión es conocida por unas siglas que no cometeré la imperdonable torpeza de pronunciar. Sostiene que pensar de modo diferente no sólo atenta contra su credo, sino que, además de incitar, ejerce per se la violencia contra sus prosélitos. Si se argumenta en nombre de la Tradición, se es reo de retractación, expediente y reeducación, pues hay que odiar el delito y al delincuente. Como toda regla, admitiría una excepción: ser musulmán, aunque tampoco conviene declararla en voz alta. Hace quinientos años Miguel Servet fue quemado por discrepar sobre la naturaleza divina de la Trinidad. A punto de restaurar el delito tabú de opinión, la cultura actual empieza a reducir a polvo a cualquiera que mencione la naturaleza humana. Confieso entre sollozos: mi identidad es veteropatriarcal.

26/6/17

Con mi cuerpo hago lo que quiero.


Consumación apocalíptica del cartesianismo, el cuerpo ha quedado reducido a la condición de (sucio) objeto que se manipula y se metamorfosea, elástico, hasta hacerlo irreconocible, desencarnado. De hecho, la biopolítica sostiene la necesidad de profanar –de negar- cualquier atisbo de santidad que pudiese quedar en él. No hay más yo que la cosa que piensa cómo reducir a extensión ilimitada ese adminículo que uno posee y del que se siente, por naturaleza, humillantemente enajenado. Sólo sometiéndolo hasta su aniquilación puede calmarse la sed sangrienta y enloquecedoramente solitaria de esos infectados titanes que quieren restaurar el reinado de su Caída. El fiat original modelado con arcilla y animado por el soplo del Creador devuelve, nítida, la agresiva imagen de demonios que desean borrar cualquier traza que les recuerde que la eternidad sostiene el instante de su condena –o de su salvación. Al mirar su rostro en el espejo de la creación observan un espantoso vacío. Como César en el circo, el pulgar de su capricho arranca al Hijo de los vientres maternos -o lo encaja de alquiler- y trastorna la identidad del Padre, mientras, enfebrecidos y embriagados de orgullo, preparan el asalto final a la fortaleza del Espíritu.

18/6/17

Fidelidad creativa.


A Samuel Johnson se le atribuye la quirúrgica sentencia de que el patriotismo es el último recurso de un canalla. ¿Cómo definió a este tipo el lexicógrafo ilustrado? Bajo la apariencia de amor a su país, perturba como un faccioso el gobierno. Pues eso. La fidelidad creativa es el patriotismo de los eclesiásticos alienados y tiránicos. Su último refugio. Como odian la fe tanto más que la creatividad, puesto que ofrecen púdica resistencia a sus patéticos deseos más torpes, las manosean en público con supurante cursilería, calificada ahora de “experiencia espiritual de calidad”. Repase el amable lector los tradicionales cinco mandamientos de la Iglesia y comprobará que a sólo uno no añaden ninguna exégesis creativa. Según su criterio, no cabe descartar, sino al contrario, que quien asiste a misa regularmente, confiesa y comulga, ayuna y se abstiene es seguramente un hipócrita rigorista y supersticioso que, atiborrándose de mariscadas, aleja e impide el paso a quienes, de verdad, con un corazón contrito y bien discernido, podrían salvar su alma cumpliendo con ellos, pobres, el único mandato necesario: aliviarles en sus necesidades (fisiológicas). El dinero, sin padre ni madre, sin familia, purifica del todo la conciencia del administrador astuto y creativo. Scoundrels!

10/6/17

Todos somos iguales.


El principio civilizador de la lealtad mutua, que ha fundado el espíritu y la norma de cualquier grupo humano digno de sí, rezaba para cada individuo de este modo: “Como soy singular, deseo ser tratado como uno más”. En compensación, la mediocridad siempre había reclamado el ejercicio del privilegio. Fuera de sí, el igualitarismo moderno invierte la fórmula. “Como eres uno más, tienes derecho a ser tratado como un ser singular”. El privilegio se vuelve un derecho a fin de arrasar cualquier atisbo de igualdad natural. El antielitismo cultural elabora sin desmayo taxonomías más y más detalladas que hacen imposible la afirmación de la personalidad propia. Todo está catalogado, clasificado y disecado. La reivindicación de una soberanía histérica no tiene otro fin que calmar el espantoso vacío de la proscripción de toda identidad. Como no eres nada ni nadie, asume el género, la religión o la nación que quieras crearte y que, de inmediato, pasará a engrosar la inacabable lista que justifica la gestión de los enloquecidos mundos paralelos que encubre el atroz término de repositorio. Cuantas más alucinaciones proyectes en forma de realidad, más nivelado estará el mundo. ¿Qué otra cosa es la (in)justicia relativa sino la (des)igualdad absoluta?

2/6/17

Todos somos diferentes.


Camino por la calle y tropiezo con el anuncio de una franquicia de flexible implantología dental donde asoma un joven de amplia y perfecta sonrisa que, con la garantía de un inflamable premio nacional de educación, expone que “cada alumno es diferente y mi misión es adaptarme a todos”. El anunciante remacha que “las cosas importantes se consiguen con un método que funciona” (sic, la cursiva). En estricta lógica no no contradictoria, no hay otra metodología que la del caso singular, único y cerrado en sí mismo, particular y no generalizable. Los medievales definían esta postura como nominalista. No existen géneros, sólo especies. Sin ironía, cabría deducir que la innovación pedagógica más luminosa reproduciría, sarcásticamente, la escolástica más oscura y decadente. Más que un educador, necesitamos un comercial. Más que una palabra, una sonrisa o su emoticón. ¿Estás satisfecho? Ese es nuestro compromiso. Desde tantos euros, lo que quieras. Te convertiremos en una mónada (o en una gónada, tanto da). No existe más capacidad de socialización que la adulación de tus fantasías. Por un precio, mereces nuestra completa y exclusiva empatía. ¡Ay de nosotros, si no! La diferencia nos iguala a tod@s: ese es el método que funciona.

25/5/17

Lo que de verdad importa a la gente.


Este lugar común refleja de maravilla la estúpida idiosincrasia, por insaciablemente perversa, de quienes lo repiten con cínica pachorra despectiva. En efecto, a la gente lo que parecería importarle de verdad es su pequeño tesorito, llámese hipoteca, segunda vivienda, luna de miel en Tailandia o coche de alta gama. Es una letrilla muy conocida, clavada hasta el tuétano de nuestra alma: Ande yo caliente y ríase la gente. El político español debe darle la vuelta al dicho: sólo podrá reír si la gente anda entrampándose con sus compras. Nuestro capitalismo de Estado practica así con virtuosismo arrabalero la técnica de lavado de dinero de cualquier tapadera. Como dirían los enterados, es economía de escala. En lugar de hacer aflorar el dinero de la prostitución o del trapicheo de drogas, se licita obra pública o se destinan fondos europeos a potenciar equipamientos para envasar leche de cabras o para manipular morcillas. La gente se indigna y clama profética se supone que hasta no volver a tener asegurada su tajada. He aquí la verdad de lo que importa a la gente: vivir engañada a su propia conveniencia. Estafada en su falsedad, hierve indignada e impotente, maleducada y enferma.

17/5/17

Misericordear.



La derivación verbal del sustantivo misericordia, que se ha puesto de moda en ambientes eclesiásticos como el criterio sumo de la solidaridad -jamás caridad- fraterna, resulta inquietante. La misericordia pierde su existencia individual, independiente, su existencia encarnada, para convertirse en pura tensión, acción voluntarista, que impone de una manera neurótica y sublimada el carácter posesivo, clerical, inseguro, de quienes dudan de la eficacia integral del anuncio evangélico. No se trata ya de practicar, por ejemplo, la misericordia de enseñar al que yerra, sino de misericordearlo en su error. Un eslogan populista podría rezar así: vuestra miseria es nuestra riqueza. Cuanto más grande sea vuestra caída, más generosos podremos sentirnos. Como suele suceder con estos neologismos, que actúan como un búmeran semántico, habrá que echarse a temblar: si Dios nos misericordease, ¿quién podría resistir tal juicio? La misericordia, como la justicia, es un efecto de la gloria de Dios, no su causa. Dios no es admirable porque sea justo y misericordioso, sino que su misericordia y su justicia muestran su extrema bondad. En caso contrario, Dios no sería sino un autócrata que gobernaría a golpe blando de las Tablas de la Ley o, en su defecto, del Código de Derecho Canónico.


9/5/17

Una Iglesia de los pobres.


Quienes, como profetas sonrientes, proclaman con voz satisfecha ante las cámaras de televisión o en streaming o en los medios digitales que la auténtica Iglesia ha de ser pobre y de los pobres (en sentido material, tal vez porque no están dispuestos a prescindir de su humilde arrogancia) se afanan sin descanso por suscribir, fundar, mantener y ampliar concordatos, acuerdos, convenios, patronatos, fundaciones, sean públicas, privadas, mixtas o de cualquier otra identidad. De hecho, para que existan hospitales de campaña debidamente fotografiados, necesitan de innumerables ricos a quienes poder chantajear y extorsionar o, por el contrario, execrar entusiasmados las políticas que, empobreciéndonos más, justifiquen su solidaridad indignada. Su medio de vida -su modo de subsistencia- es gestionar la miseria. La misericordean encantados. Cuando invocan a los pobres, suelo estremecerme como si estuvieran tomando el nombre de Dios en vano. Pienso entonces en Léon Bloy, mísero y sufriente, franciscano, que escribió que él no era amigo de los pobres sino del Pobre y que había desposado por amor la miseria. Está claro que todo sería más fácil si no hubiera resucitado y tuviéramos tan sólo, a la medida de nuestros deseos y fantasías, el reflejo en usufructo de su espíritu.

1/5/17

Asumo mi responsabilidad.



Con gesto serio y adusto o con una media sonrisa de lado, irónica, de indigna dignidad, quien es descubierto en falso, ya sea por doparse o por plagiar, ya sea por meter la mano o la pata, escurre cualquier responsabilidad invocando su asunción, la cual se reduce nominalmente a la prueba circunstancial que se pueda presentar en un juicio compadreado. Entre meridionales, a esta expresión algo se le ha quedado adherido del expediente católico de proferir mecánicamente la jaculatoria “mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa” para obtener un perdón en quien nadie en el fondo cree y mucho menos cree necesitar. De aquí, tal vez, proceda el regustillo sardónico aludido. Es evidente que, en nuestra sociedad, se da por descontado que el mayor mérito para aceptar cualquier encargo es la presunta irresponsabilidad de su gestor, mejor si le afecta profesionalmente que en su vida personal, en la cual su integridad debe estar pautada a prueba de tuiters, publicaciones de Facebook e imágenes de Instagram. Quien asume las posibles responsabilidades que se pudieran derivar de fraudulentos comportamientos susceptibles de ser probados legalmente es abrazado y jaleado por los suyos, abucheado y zarandeado por los otros. En Twitter, Facebook o Instagram.

23/4/17

Hay que ser razonable.


Dado que nuestra sociedad de filisteos envalentonados desecha la búsqueda de la verdad con gestos de hiena condescendiente, como si se tratase de una pretensión intolerante e intolerable, pero todavía legal, se entrega con exasperación bélica a tener siempre razón. Gritos, aspavientos, sonrisas o sofismas no son ya efectos retóricos para la puesta en escena de una discusión sobre puntos de vista contradictorios. Son de hecho las pruebas que (in)validan cualquier argumento. Es necesario que las posturas sean irreductibles y, si son radicalmente inconciliables, mejor. Se podrá así demostrar la disponibilidad a no parar de hablar hasta agotar la paciencia del contrincante. Se llama a esta técnica diálogo. Como la capacidad de resistencia suele estimularse por medios artificiales -porque la naturaleza es una mera construcción tan artificial como el artificio al cuadrado de nuestra conciencia-, el acuerdo razonable suele ser una tregua que difiera inacabablemente el comienzo de nuevas escaramuzas en forma de interpretaciones. No es extraño que a los populismos y otros milenarismos les repugne el pasteleo de los pactos. ¿A qué compromete jurar? ¿Qué certeza asegura la promesa? Como dijo Goethe, en el principio era la acción. Destronada y esclavizada, la palabra satisface sus orgías.

15/4/17

¡Vive la vida!


La vida ya no es un don, sino un objeto que merece ser vivido o no. Lo sustantivo ha periclitado. Sólo queda la acción. Si no puede ser disfrutada, apurada, rebañada, mejor es desconectarla. El aborto o la eutanasia se convierten en actos de bondad. Es lo que pasa cuando se abandonan los principios, por dogmáticos e intolerantes, y se abrazan con fruición los valores, por flexibles e intercambiables. Suben o bajan en función de los criterios de utilidad, que no son sólo económicos sino también políticos y estéticos. Ancianos y niños pueden aumentar las necesidades laborales y la creación de infraestructuras educativas y sanitarias, así como incrementan exponencialmente, sin cuidados paliativos recíprocos, el gasto público. Si es un pago a saco roto, aparte de poco productivo, suele incluir el engorro molesto de la fealdad inacabable. Los comités de ética, que están al servicio de la investigación biomédica, discuten sin cesar, caso por caso, cómo evitar que el ¡hurra! del descubrimiento no acabe en un gallo de terror. La categoría -la vida- se convierte en anécdota y la anécdota -a cuál más espeluznante- en la categoría -la muerte-. Vive la vida o muérete, que te ayudaremos. 

7/4/17

Sacad vuestros rosarios de nuestros ovarios.



Entre todas las blasfemias repugnantes que suelen proferir con delectación las actuales cohortes de bacantes, dudo que al príncipe de las tinieblas le complazca alguna otra más que este pareado, cuya retórica es esencialmente (contra)teológica. Como verso, es un acabado ejemplo de alejandrino a la francesa que establece una semejanza por contigüidad, fonética y semántica, entre los rosarios y los ovarios. Con finura infernal advierte que la redención humana se encarna en el seno de la mujer. Que en él se encuentran por anticipado los misterios de gozo, dolor y gloria de nuestra luminosa existencia, aunque caminemos por las autovías oscuras de cada época. Consecuente, reclama como expresión sumaria de la libertad la anticoncepción: la supresión del Hijo. Contra el espíritu niega la vida. ¿Ha de extrañar que se reivindique como un derecho inalienable que las adolescentes se precipiten a la promiscuidad? Debería sorprender que se retrase la petición -la exigencia legal- de que los menores puedan reclamar sin consentimiento paterno la vasectomía, si no fuera porque perjudicaría la monstruosa ventaja sexual en el rito satánico que contrahace, entre consignas y amenazas cada vez más brutales, la escena virginal del anuncio de la nueva Creación.

30/3/17

Nosotras parimos, nosotras decidimos.



Este grito de guerra, bárbaro, casi un aullido, ha convertido el vientre materno en un espantoso campo de batalla. Tras todo embarazo se adivina una violencia original, una condena, una opresión. El aborto, como arma de destrucción individualmente masiva, es ateo. Fomentarlo sin tapujos sanciona un ajuste de cuentas primordial, social, que debe parecer lo más benevolente, compasivo y aséptico posible. Liberador sexualmente, en suma. Sádico, antipatriarcal, su coherencia es aterradora. Tras despojar al hombre de su responsabilidad marital y paterna y a la familia de su función natural y cultural, solo, al fin, el cuerpo de la mujer, como un signo despojado de significado, mercancía sujeta al precio de un mercado que debe ser regulado, funda el altar de un sacrificio infernal ofrendado al eficaz Moloch del materialismo económico. En un sentido escatológico, alumbrar se vuelve sinónimo de defecar. Reducida a cenizas, la vida humana no escapa ni a la cuna ni a la tumba. Moloch introduce las garras en sus entrañas para robarle su imagen divina. Arrebatada así la espada flamígera al querubín del Paraíso, con sus chispas l@s bacantes que enarbolan el estandarte de una decisión paritoria prenden fuego a la Creación entera. 

22/3/17

Tú eliges tu identidad.


Ante las polémicas de «género» que nos sacuden diariamente, observo con claridad aterrada que no nos encontramos ante los albores de una nueva época, transhumana, rodeados de secuaces de Prometeo a punto de robar el fuego de dios(@s) para entregárselo a los hombres (y hasta a cuarenta y tantas identidades más, que no naturalezas), sino ante la repetición escatológica de la escena del conocimiento del bien y del mal en el Jardín: «seréis como Dios». A Nietzsche, que juzgaba un malentendido cualquier moral que predicase el perfeccionamiento, le habría enorgullecido -y enojado- saber que su diagnóstico profético ha empezado a prescribirse con implacable aristocracia. Comoquiera que nuestra época quiere librarse de Dios negando, con el género, la gramática de la Creación, nuestras democracias han decidido imponer como ley a las mayorías el instinto de unos pocos. Su lema soberano, demoníaco, es la respuesta desafiante a la voz de la Zarza Ardiente: Yo soy el que no soy. Abismales, se dedican a borrar con amoniaco el peso irrefutable de nuestra Caída. Puesto que la felicidad se identifica con el instinto, hoy en día el Ser debe re-presentarse en las Redes Sociales, en el Quirófano y en el Registro Civil.

14/3/17

Activar protocolos.


Cada vez que se produce un desastre natural o humano, previsible o imprevisto, da lo mismo, pues el impacto mediático hurga en él voraz, nuestra sociedad filistea, consciente de su angustiosa incompetencia crónica y de su neurótico afán controlador, anuncia la puesta en marcha de nuevos protocolos, como si fueran la pócima mágica -homeopática- que garantizase, como dicen sus adalides más cursis, el equilibrio entre libertad y seguridad. Los nuevos protocolos, organizados según el esquema de aplicativos, no recogen ya las normas que rigen una convivencia civilizada, consideradas hoy un freno hipócrita a la expresión de una autenticidad perfectamente estandarizada, sino que pretenden articular un conjunto más o menos sistemático de procedimientos y reglas, a ser posible ligeramente arbitrarios, con los que poner en manos de autoridades intermedias instrumentos de disuasión. Su eficacia es perfectamente descriptible. Aumentan exponencialmente los casos de los comportamientos que se quieren erradicar. Vgr. campañas de prevención de embarazos no deseados; campañas de sensibilización frente a la violencia doméstica, etc. Los protocolos, en fin, son a la ciencia social lo que la casuística a la moral. Cuando funcionan, suelen suplir la decisión moral concreta por una justificación que descargue de cualquier tipo de responsabilidad.

6/3/17

Tolerancia cero.


A JLC

Es precisa una entonación sensata, contrita, engolada, básicamente hipócrita, cuando se anuncia la firme intención a posteriori de no permitir que ciertos comportamientos no azarosos entorpezcan la buena marcha de los negocios de quienes detentan el nombre de las instituciones salpicadas. Las compungidas lágrimas de cocodrilo que suelen surcar sus grotescas muecas pretenden, por descontado, que se acepte, de buena fe, su desconocimiento de los sucesos sistemáticos que hasta las paredes de piedras denunciaban en voz alta. Deben extraerse jugosas lecciones de este lugar común. Como nadie es intolerante, la tolerancia -cuyo uso en el mundo laico resulta tan embriagador como en el eclesiástico el de la misericordia- admite grados cuya pureza radica entre el cero y el infinito. La «tolerancia cero», oxímoron cursi y despiadado, es el reverso de la tolerancia infinita. Es la máscara polichinesca del relajo consentidor. Sirve de autodisculpa literalmente irresponsable que cargue sobre las espaldas de inocentes el peso de un perdón pedido de forma apresurada y cínica. Normalmente da pie a otro lugar común especialmente temible: “Activaremos nuevos protocolos de prevención”. Que consiste en ficharnos como chivos ideológicos de depredadores sexuales o de delincuentes económicos. ¿O acaso tenemos algo que ocultar?

26/2/17

Generar sinergias y complicidades.


Cada época inventa las contraseñas que mejor la evocan. En un mundo legendario, de ladrones astutos y maravillas sin fin, la entrada al sancta sanctorum de las riquezas sin cuento se lograba con una orden directa y simple, perentoria y fascinada: “¡Ábrete, Sésamo!”. En un tiempo desgraciado, de máxima acción y nula narración, el imperativo, que de por sí es un modo dialogal, es sustituido por la tensa forma impersonal del infinitivo. En una producción infinita y casual, pura potencia especulativa, se requiere al máximo que cooperen para el delito varios órganos de una misma función -por ejemplo, hoy en día la universidad y la empresa-, en la búsqueda de unos efectos que se prevean imprevisibles y opulentos. Al Sésamo que se abría y se cerraba con el conjuro del significado le ha sustituido algún algoritmo arbitrario y eleusino como -otro ejemplo- qwerty123$%, a ser posible con mayúsculas y más símbolos no alfabetizables. La misma codicia mueve sendas historias de la Caída. En un caso, vibraba voluptuosa la melancolía de un Edén recobrado y subterráneo. Ahora, virtual, la frenética y desesperanzada carrera de azarosos efectos agregados cancela ex nihilo el éxtasis de la creación.

18/2/17

Stop violencia!


Con esta horrenda amalgama sintáctica y ortográfica la buena voluntad del filisteísmo ambiental se disfraza para su carnaval represivo. Dado que no existe verdad, cada caso es universal. ¿O es que acaso le puede repugnar a usted que cuelguen a un gato de un olivo y estar a favor de que se celebren las corridas de toros? Sin matices, lo mismo y lo idéntico se confunden. "Ni una agresión sin respuesta" y "paremos la guerra" se convierten en eslóganes intercambiables. Cualquiera se atreve a abroncar a un crío por cruzar libremente la calle tras una pelota. ¡No se altere usted! Por un cardenal en su muslo, será usted presuntamente interrogado. Que da la lata en el cole, atibórrele a pastillas. ¿O le prefiere infeliz? Cuatro niños se pelean por una pelota en el recreo: prevengamos los casos de bullying. Que una niña aparece ahorcada en su cuarto, ¡uy, han fallado los protocolos de prevención! Cuatro energúmenos irrumpen en una conferencia o queman una bandera, ¡libertad de expresión! Una persona contrargumenta civilizadamente las paridas de un@ psicopedagog@, ¡ay, pobre, padece un bloqueo emocional! Sedados, alienados, alineados, cualquier atisbo de resistencia será eliminado. Y la violencia -su pornografía- triunfará completamente.

10/2/17

No es no.


A las falsas disyuntivas como la que plantea “¡sí o sí!” les siguen inevitablemente, como epítome, las tautologías equívocas. Al afirmar que “no es no” se asume implícitamente que "¡sí o sí!" otro objetivo. En el evangelio de Mateo, Jesús ordena a sus discípulos no jurar. “Sit autem sermo vester: «Est, est», «Non, non»”. Entre el no y el sí rotundamente no hay conveniencia. Lo que uno niega, no es. Lo que afirma, es. Es propio de una sociedad que cree en lo convencional de las significaciones confundir la semántica con la ontología. Una afirmación o una negación pueden deberse a motivaciones, intenciones o causas diversas, pero reducirlas a sí mismas no tiene otra función masturbatoria que, bajo la forma de la coherencia, sustraerlas y ocultarlas para poder hacer lo que ahora es y no es. Es esta una ley fundamental de nuestros filisteos, que los políticos practican con virtuosismo y que podríamos enunciar como principio de no no contradicción: las cosas son y no son al mismo tiempo. Ejemplo: los derechos humanos son universales y dependen de cada cultura. Jamás una adversativa. Todo suma. Es una consecuencia del multiculturalismo que ahora llaman posverdad.

2/2/17

¡Sí o sí!


Pues no. Nuestros filisteos prosperan planteando falsas disyuntivas que se reducen a una solución decidida de antemano, indiscutible. ¡En pleno siglo XXI! ¿A quién, si no a talibanes, se les puede ocurrir contrariarlas? Contra cualquier forma de discriminación, sin matices, ¡sí o sí! ¿A que sí? A favor de la salud, ¡sí! A favor de la educación, ¡sí! A favor de la felicidad, ¡sí! Conclusión: sí al aborto y a la eutanasia, porque sobre tu cuerpo decides tú; sí al Estado educador, porque tus hijos son de todos y de cualquiera; sí a lo que te salga de los genitales, porque ¿qué otra razón de peso se puede oponer? Te lo costeamos. Te lo regulamos. J. Este lugar común se enunciaba antaño, desconsiderado, así: ¡O por las buenas o por las bravas! El progreso ha sido fulgurante: hoy por las bravas -en política, ni te digo, antidemócrata- se hace todo bien, de maravilla, porque nada bueno se puede hacer por las bravas. Afirmativos, propositivos, proactivos, debemos avanzarnos, contorsionistas y sonrientes, a procurar la realización de cualquier posibilidad que desmienta lo que hasta hoy se haya podido pensar y sentir, que no es sino una rémora reaccionaria. ¿A que no?

25/1/17

No hay nada absoluto.


Absolutamente nada ha cambiado entre los burgueses de hace ciento cincuenta años y los progresistas de hoy mismo. Bloy recordaba que, cuando niños, “cada vez que, asqueados, buscábamos un trampolín para evadirnos saltando y vomitando, se nos aparecía el Burgués con ese anatema”. El burgués lo decía con seriedad condescendiente; el progresista lo explica con sonrisa suficiente. Para aquel era un medio de control social; para éste, también.  ¿Qué quieren que les diga? El relativismo apesta a filisteísmo. A mediocridad, a falta de gusto, a vulgaridad. No siendo absolutos, buscar lo Absoluto exige una formidable energía centrífuga. En una paradoja parmenídea, la unidad del ser es pura tensión. Siendo múltiples, todo acaba en el agujero negro del yo. Paradoja atomista, la sola posibilidad se traga con patatas un no-huevo. Yo no soy yo. Soy una construcción cultural. No tengo identidad. ¡Qué desfachatez atreverse a ser hombre, o blanco, o católico! No necesito papeles para amar; sólo para tener una hipoteca, la cobertura sanitaria y una pensión. Es decir, para tener lo que, ¿felizmente?, no soy. ¿Qué debería añadir sino el corolario de Bloy?: “En tales circunstancias, se convendrá en ello, el deber de crear el mundo se impone”.

17/1/17

¡No seas talibán!


Indefectiblemente, quien pronuncia esta exclamación con laica indignación, ha sostenido simultáneamente que no existe «choque de civilizaciones», que es preciso no criminalizar a ningún grupo y que una sociedad democrática acoge respetuosamente la pluralidad cultural y religiosa. Quien no es talibán considera que profanar una iglesia -y quien jura por las ofrendas, jura por el altar-, aun no siendo recomendable, es un ejercicio que nos sitúa delante del debate sobre los límites de la libertad de expresión. Según su ponderado punto de vista, es preciso revisar y adaptar de acuerdo con el marco de un estado aconfesional, entre otras costumbres, la celebración de la Navidad o la Semana Santa, mientras condena con firmeza cualquier provocación contra las prácticas y las celebraciones de otras religiones. Como se sabe, los sacerdotes católicos son pederastas potenciales; los imanes, potenciales agentes de la paz. Lo que en Mondragón llegó a ser intolerable, en Gaza es desgraciadamente comprensible. Los judíos son también talibanes. Lo importante es no confundir a los talibanes con los talibanes, no sea que en la época de las incertidumbres alguien siga atreviéndose a mantener en pie el principio de no contradicción: la familia, la propiedad y la libertad sin adjetivos.

9/1/17

¿Quién soy yo para juzgar?


En efecto, nadie. Plantear sólo la pregunta socava radicalmente cualquier autoridad para discernir el bien del mal en todo acto. La pregunta, perversa, identifica la búsqueda de la verdad con la condena. Toda verdad es condenada en ella. La misericordia se convierte en el instrumento legal para revisar y modificar a conveniencia y en cualquier momento los pasajes de un Código utilizado a antojo. Llamar en esas circunstancias a la conversión es recordar que siempre uno está en falso y que resistir es pecar contra la potestad única, ordinaria, plena, suprema, inmediata y universal. Asumir la propia falsedad, el remanente de inautenticidad que nos constituye, ¿permitiría liberarnos de la hipocresía y el fariseísmo? Ser falso sería ser bueno, pues, sin falsedad, ¿cómo descubrir que las tradiciones son relativas? Sin satisfacer su función social en la miseria de los hombres y no en su salvación, ¿cómo podría justificarse la reserva mental de todo juicio? Modernos -dijo Bloy-, “me parece que los Ejercicios de san Ignacio corresponden, en cierta manera, al Método de Descartes: en vez de mirar a Dios, el hombre se escruta a sí mismo”. ¿Quién soy yo? Tú eres Pedro.

1/1/17

Una bienvenida peregrina.


Inauguro este blog con dos pretensiones tal vez desmesuradas: convertirme en un discípulo de Léon Bloy y escribir con brevedad. Me adelanto a advertir que fracasaré en ambas tareas. De mi timidez sólo puede esperarse que anote, aquí y allí, alguna glosa a la exégesis de los lugares comunes que nos ahogan cotidianamente. Confío que a quien le pudiera indignar alguno de estos apuntes al vuelo me discipline con ese desprecio tan elegante, por inexistente, que al callar no otorga. Y si a alguien estos comentarios no le desagradan en exceso me sentiré recompensado por su paciencia. No teman mis amables lectores, en cualquier caso. Bloy no se cansó de azuzar, por higiene moral, a los puercos, a los canallas, a los rufianes. De tan rodeados como estamos de insultos, insistir sería un pleonasmo intolerable del que el maestro me habría absuelto. Él, el mendigo ingrato, buscaba lo absoluto sin reparos. Hoy en día estar dispuesto a vislumbrar alguna verdad requiere además hacer de la peregrinación un absoluto. La libertad del nómada es más que nunca una aventura de riesgo. “Mi padre era un arameo errante…”. Lo invoco ahora que empiezo esta peregrinación.